* FUSDEG: crónica de un crimen anunciado

* Violencia entre comunitarios, deja sangre

* Llevan meses de retos, amagos y violencia

 

A la memoria de

Félix J. López Romero.

 

Jorge VALDEZ REYCEN

 

Fue el sello “de la casa”, el proditorio homicidio de Julio Alarcón, a bordo de su urvan.

Es otro capítulo de la historia reciente de violencia, confrontaciones, desafíos y luto que han desatado las disputas de miembros de sedicentes policías comunitarias que operan fuera de la ley 701 –que rige los usos y costumbres en zonas indígenas exclusivamente— en abierto desafío al marco legal y a las autoridades.

Son ya varios meses de amagos, connatos de riña, balaceras, amenazas y ahora ejecuciones. Este es el fallido modelo de seguridad, que de manera alterna, habían pretendido imponer organizaciones civiles como la UPOEG y el FUSDEG. Fracaso total. Pero además, un odio muy enconado entre quienes han tomado rifles y fusiles de grueso calibre en sus manos para “hacer justicia”.

Nada más alejado de la realidad.

Quien siembra vientos, cosecha tempestades. Aquel que a hierro mata… a hierro muere. Son citas bíblicas, consejas del populacho, refranes y dichos que se escuchan. Tras la muerte de otro ser humano más en esta interminable vorágine de exterminio irracional, es pasmosa la prudencia que guarda la Secretaría de la Defensa Nacional en no aplicar una campaña inmediata de despistolización y control de armas de fuego, a través de las Bases de Operaciones Mixtas (BOM).

Lo ocurrido al chofer del servicio de transporte colectivo de la ruta Petaquillas-Chilpancingo, que además se ostentaba como “comandante” de la Policía Comunitaria del FUSDEG causó una reacción furiosa en otro punto lejano al sitio del crimen, pero íntimamente relacionado con las amenazas de muerte que los grupos antagónicos se profirieron mutuamente.

Lo del FUSDEG fue una crónica de un crimen anunciado. ¿Qué intereses se mueven detrás de esa pantalla de procurar justicia y seguridad con grupos armados con fusiles de grueso calibre? ¿A quién realmente combaten esos jovencitos encapuchados que piden en botes de plástico monedas a automovilistas en retenes anticonstitucionales?

El gobierno de Héctor Astudillo Flores ha tenido que asumir una interlocución con dichos grupos, ante la inoperancia y ausencia del principio de autoridad municipal. Con llamados al orden, es como el repique de campanas que llaman a misa. Es omisión de la primera autoridad que el conflicto escale como hasta ahora.

Y ante la eventual confrontación que arroje más pérdidas de vidas, es urgente que el Grupo de Coordinación Guerrero tome ya las riendas y frene en seco esa espiral violenta, donde comisarios han sido ninguneados, pisoteados sus derechos y representatividad por caprichos de grupos poderosos en lo económico y en armamento. Todo el corredor de la carretera federal México-Acapulco, en su tramo Chilpancingo-Tierra Colorada es un hervidero de halcones-comunitarios, mal encarados, armados y hasta con copas.

La Policía Federal de Caminos ni sus luces, salvo en la autopista, parando a camioneros por su “moche”. Las BOM no se ven ni en El Ocotito, ni en El Rincón, ni en Acahuizotla o en Palo Blanco. Ayer detuvieron a dos camiones de redilas, llamados troceros, cargados con troncos de árboles. Talamontes que operan a sus anchas, porque la SEMAREN no existe, ni la PROFEPA, ni nadie. Ellos siguen rapando cerros en la impunidad.

La inseguridad va de la mano con la anarquía, el desorden y caos. La ausencia de la autoridad permite a delincuentes operar a sus anchas y hacer todo lo que quieran.

Antes del niño ahogado hay que tapar el pozo.

Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.