Las cocinas de humo
Por Chanssonier
Desde la última década del siglo XIX, esta ciudad cuenta con alumbrado eléctrico, el que solo se encendía a partir de las 7 de la noche, apagándolo a las 23.00 horas, habiendo tres apagones previos los que indicaban que el servicio se daba por concluido. Los hogares estaban ayunos de sus bondades, porque apenas era suficiente tener iluminadas las calles céntricas.
Hasta antes que entrara en servicio la planta hidroeléctrica de Colotlipa, lo que ocurrió a partir del 21 de noviembre de 1946, fecha de su inauguración, todas las cocinas eran de humo, no porque no se pudieran adquirir aparatos movidos por electricidad, sino porque la planta local no tenía la suficiente potencia para poderlo llevar a cabo.
A partir de la fecha mencionada, tanto el metate y el metrapil para la elaboración de las tortillas, vieron terminados sus días en tal actividad, yendo a parar al cuarto de los trastes en desuso; lo mismo sucedería con los molinos de mano, los que correrían con igual destino. Quienes aún subsisten en el medio, son las mujeres que venden tortillas por las calles, o bien en los diferentes mercados.
La instalación de la luz eléctrica, acabó con las tradicionales cocinas de humo, las que por cientos de años se encargaron de dar de comer a las familias, las que corrieron a los almacenes de artículos para el hogar, para adquirir refrigeradores y todo lo necesario en un hogar moderno. Como el progreso no puede detenerse, se instalaron equipos para la apertura de tortillerías, que son quienes en la materia controlan el mercado.
A pesar de todo las tortilleras se resisten a desaparecer; si bien ahora compran la masa para confeccionar su producto, se les puede mirar recorriendo las calles para efectuar sus “entregas”, o bien en los mercados que de manera tradicional son los lugares en donde expenden su sabroso producto.
Si ellas han resultado beneficiadas con la apertura de tortillerías, no sucedió lo mismo con los propietarios de molinos de nixtamal, ya que muchos de ellos se han visto precisados a cerrar sus negocios, ante una clientela que cada vez se acorta más.
Artesanías perdidas
Este mundo es cambiante; lo que ayer era bueno ahora no lo es, porque ha sido substituido por otra que ofrece mayores bondades. Una sola cosa puede ejemplificar lo que aquí se dice, ya que en la cocina por ejemplo los trastes para la preparación de alimentos, eran de barro zumpangueño afamado por su buena fabricación, siendo escasos los de metales que ahora los han venido a desplazar.
Fue fama bien adquirida que en el lugar mencionado, numerosos artesanos se dedicaron a trabajar el barro, con el cual confeccionaban desde pequeños jarros para el café, hasta grandes ollas que servían para elaborar el exquisito pozole.
Con el paso de los años el barro fue paulatinamente quedando en desuso hasta desaparecer prácticamente, siendo sucedido por otros materiales y por el plástico, aunque en las cocinas se continúan utilizando el fierro, él y otros metales altamente resistentes al fuego. Inclusive en los últimos años las ollas de barro, han sido substituidas por artículos de metal. El barro y quienes lo trabajaban son ahora un grato recuerdo de quienes se dedicaban a esta tarea.