Acapulco, ¿botín en disputa?

 

Felipe Victoria

 

Dicho está que con el arca abierta, hasta el justo peca, y si repasáramos el anecdotario popular porteño, ninguno de tantos que lograron ser alcaldes se salvaría de habladas, invenciones y hasta calumnias y exageraciones; peor desde que esa tan reñida presidencia municipal se convirtió en trampolín hacia la gubernatura, como ocurrió para el priísta René Juárez Cisneros y el “perredista externo” Carlos Zeferino Torreblanca Galindo.

Desde la década de los treinta, los alcaldes de Acapulco era por norma que fueran postulados por el partido oficial, pero un año antes de que el tricolor perdiera la Presidencia en el 2000 ante el panista Vicente Fox Quesada, el empresario impulsado por el Frente Cívico con el registro prestado de Convergencia primero y casi de inmediato con el del PRD, logró entrar a Palacio Papagayo, al tercer gran intento del jalisciense de nacimiento Zeferino Torreblanca de 1999 al 2002.

Por más que el entonces presidente de México fuera panista, el blanquiazul nunca ha tenido en Guerrero muchos militantes ni simpatizantes y entonces del 2002 al 2005 ganó la alcaldía un genuino perredista de pura cepa, el abogado Alberto López Rosas, que se la llevó sin grandes sobresaltos y así el partido del Sol Azteca impuso al líder de masas, Félix Salgado Macedonio, tras coordinarle su campaña exitosa por la gubernatura a Torreblanca Galindo.

En el 2006, el PAN con Felipe Calderón volvió a ganar la Presidencia y Guerrero estaba ya en manos del perredismo externo, permaneciendo así no solo hasta el 2011 cuando terminaría Zeferino, sino con la sorpresota de que Ángel Heladio Aguirre Rivero, en agosto de 2010, se le indisciplinó al PRI que candidateó a su primo Manuel Añorve Baños y el ometepequense aceptó la candidatura que le ofrecieron Movimiento Ciudadano, PT y PRD en una coalición exitosa que manejó el entonces casi presidenciable Marcelo Ebrard.

Manuel Añorve se regresaría a la alcaldía un tiempo dejando a la interina Verónica Escobar para que le entregara en octubre de 2012 a Luis Walton Aburto, postulado por Movimiento Ciudadano.

Se reanudaron aquellos dimes y diretes como cuando Torreblanca vociferó de Añorve en el 1999, pero esta ocasión fue Walton contra el priísta ojiverde; mucho ruido y nada de nueces a la mera hora.

Para el 2015 se lanzó Luis Walton por la gubernatura compitiendo ferozmente contra Beatriz Mojica, del PRD, y no repitió la coalición de izquierdas, resultando entonces que el disciplinado Héctor Antonio Astudillo Flores, con el PRI, recuperó Guerrero.

En ese entorno, se coló con el PRD por el codiciado Acapulco el enjundioso Jesús Evodio Velázquez Aguirre, que ya logró cumplir un año en la alcaldía, pero la emprendió fuerte contra el antecesor del interino Luis Uruñela Fey y se armó el palenque político en Acapulco, donde los exalcaldes y el nuevo se hacen trizas con cuentas que no les cuadran desde el punto de vista de cada cual, echándose la pelotita caliente todos contra todos, como si se tratara de aquella canción interpretada por Celia Cruz, esa de las riñas entre Burundanga, Bernabé y Muchilanga.

Ese ambiente ardiente de discordia y rencillas lo que ha conseguido es el hartazgo de los acapulqueños, fastidiados de bravatas e insultos sin  resultados en la danza de los millones desaparecidos, mientras las carencias y deficiencias municipales siguen igual y empeoran cotidianamente.

Así las cosas la competencia por la alcaldía acapulqueña en el 2018 va a estar peor que en chino, los partidos ya no tienen la menor credibilidad ni confianza, y eso abre posibilidades para quienes se atrevan a entrar a la contienda como candidatos independientes, figura que resulta casi un mito genial.

¿Contarán con la millonada necesaria para hacer campaña que logre votos suficientes y acreditarán la procedencia lícita de esos recursos? Pero lo peor es que nadie contaría con las estructuras necesarias y entonces obligadamente tendrían que auxiliarse otra vez de los partidos, de los que la gente ya no quiere saber nada.

Ya no será cuestión de camisetas, cachuchas y despensitas, sino de convencer para vencer; eso se consigue solamente estando de veras cerca de la gente en sus lugares, sin acarreos ni las promesas huecas de siempre, con presencia constante y reiterativa emprendiendo soluciones en conjunto.

A los acapulqueños les andan valiendo madres nuevos desarrollos inmobiliarios o casinos ni grandes obras públicas, exigen agua potable de esa que tienen que pagar puntualmente, pero no la surten por  angas o por mangas.

Están hartos de que cuando por fin tapan baches, el mal remiendo dure apenas para dos aguaceros; detestan salir a sus trabajos o a lo que sea con el temor de ser asaltados, y trabajan angustiados por la creciente e impune extorsión, ante la que la policía municipal y ministerial se hacen de la vista gorda; ya no quieren toparse con muertitos ni descuartizados por los ajustes de cuentas entre mañosos.

Quien pretenda convencer a los acapulqueños tendrá que plantear soluciones prácticas y viables para que haya seguridad pública de veras, no faramallas de desfiles de soldados, marinos y policías federales por donde el turismo pasea para darle sensación de que están protegidos.

Los acapulqueños desean un alcalde diferente y cercano a la gente para quien los lugareños estén en primer lugar.