* Ayotzi: crónica de una masacre anunciada
* El desollado Julio iba al mando de Los 43
* Mandaron “a la ver…” a sicarios en la Comer
Jorge VALDEZ REYCEN
Eran los mismos que habían saqueado y destruido el palacio municipal de Iguala. Eran los mismos ayotzinapos vándalos. Era el mismo alcalde José Luis Abarca al que habían mandado “a la ver…”.
Era la crónica anunciada de una masacre.
Julio César Mondragón iba al frente de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa. A él lo interceptaron tres sicarios. Uno de ellos le dijo: “tienen dos horas para largarse… o se los va a llevar la ver…”.
–De una vez… -retó Julio a los sicarios, más chavos que él. Y les reviró: “se van mucho a la ver… ustedes… ¡¡Ora pues putos!!”.
–Lárguense… o se los va a llevar la ver… –volvió a amenazar aquel escuálido mozalbete, enviado por Sidronio Casarrubias. El encuentro fue en las cercanías de la Comercial Mexicana, cuando pretendieron introducirse a la tienda departamental en tropel. No oscurecía aún ese viernes, antes de que se pusieran nerviosos los policías que estaban en el informe de la presidenta del DIF, María de los Ángeles Pineda.
Este diálogo lo reprodujo un periódico local de Iguala, donde testigos y sobrevivientes recuerdan ese altercado entre Julio César Mondragón y los tres sicarios. Que los siguieron hasta el periférico y dispararon contra los autobuses tomados. Fue en esa esquina donde Julio es privado de su libertad… se lo llevan a dos cuadras, muy cerca de los salones Diamante, donde es privado de la vida en la madrugada y su rostro desollado.
La amenaza se había cumplido, al pie de la letra. “El Cabo” Gil era el otro grupo armado, que esperó a los policías con parte de los detenidos. Todo eso fue planeado en las dos horas después de las seis y media de la tarde del sábado, cuando comenzó el plazo de “lárguense… o se los va a llevar la ver…”.
Ese pequeño incidente, pasó desapercibido en la más prolija, profusa y documentada indagatoria ministerial de los 43 normalistas desaparecidos la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre del 2014. La Fiscalía General de Guerrero inició las primeras actuaciones ministeriales con peritos, agentes del Ministerio Público y Policías Investigadores Ministeriales. Prosectores del Servicio Médico Forense levantaron el cuerpo de Julio César Mondragón desollado y médicos legistas realizaron la autopsia. Politraumatismo por contusiones y shock hipovolémico (desangrado) causas de la muerte.
A dos años, han corrido miles de litros de tinta y toneladas de papel se han impreso con historias de los 43. Libros, ensayos, informes, actas, pero todo se centra en los 43 y no en la persecución de “Los Avispones”, el equipo de futbol confundido por los policías y pistoleros con los ayotzinapos, que al parecer iban en huida a Chilpancingo. No reparan en el taxista herido y la pasajera muerta a balazos. No, sólo los 43 importan… ¿Importan?
Julio César Mondragón iba al frente del contingente y fue el más “picudo”, el que quería iniciar la guerra, el líder de la revolución en ciernes. Fue el primero que mataron los sicarios, con lujo de crueldad, con el mensaje indubitable del sello de la casa y el “dueño” de la plaza, en el caló de los criminales que imprimen en cartulinas fosforescentes, al lado de sus fiambres, lo que les pasa a sus enemigos, contras, ratas, etcétera.
Lo de Iguala a los Ayotzinapos pudo haber sido en Casa Verde, en Rancho del Cura, en Santa Teresa, en Cocula o Huitzuco… Donde andaban secuestrando autobuses, ordeñando camiones y tráileres con diésel y saqueando fuera de su escuela. Este último detalle, insignificante quizá, puede ser clave para que no reciban una reparación del daño multimillonaria, porque no es condicionante a su status de estudiante. Lo contrario al futbolista de “Los Avispones”, por ejemplo. O al despachador de la gasolinería “Eva”, en Chilpancingo, que murió por quemaduras de segundo y tercer grado en todo su cuerpo.
Ayotzinapa, cuna de las tortugas, tiene un estigma viejo, ancestral, milenario. Detonante de una fuerte convulsión en la formación magisterial rural de quien se fue a la sierra de Atoyac, alzado en armas y encabezando una guerrilla: Lucio Cabañas Barrientos. Nada qué ver con los ideales fundamentalistas de estos pobres confundidos aspirantes a maestros, pero usados como carne de cañón en la “lucha social”.
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.