* “Ayúdenme, necesito enterrar a mi familia”, clamaba ayer Jesús Cuachirria, humilde campesino de Zitlala que vio morir a su esposa y 4 hijos al derrumbarse su humilde vivienda ayer en la madrugada

 

REDACCIÓN

ZITLALA.— “Ayúdenme, necesito enterrar a mi familia”, expresa Jesús Cuachirria Baltazar ante la cámara del reportero. Atrás de él, en el interior de su vivienda destrozada, yacen los cuerpos de su esposa y sus cuatro hijos.
Tiene los ojos cansados y llorosos; la voz débil, en un hilo, como quien ha perdido la batalla y se arrastra, sin hacer ruido, ante un monstruo insufrible que ataca sin piedad.
La muerte llegó a su precario hogar de madrugada, mientras caía una llovizna ligera en el municipio de Zitlala. Hacía frío, recuerda el hombre, pero en la habitación se mantenía la tibieza de los cuatro niños que dormían junto a él y su esposa.
Como a las 2:30 de la mañana un estruendo los despertó, pero antes de que pudieran abrir los ojos, los cuerpos de su esposa e hijos ya estaban cubiertos por la tierra.
Una de las paredes de su casa, construida con piedra y tierra, se reblandeció debido a la lluvia de los últimos días. La pesada pared de adobe se les vino encima mientras dormían.
Su esposa, Reyna Hernández Alejo, de 30 años, murió ahogada entre las toneladas de tierra que cubrieron su cuerpo. Igual su hijo Luis Armando, de seis y sus niñas Jesica, Dulce María y Rosa Isela, de 14, 12 y ocho años respectivamente.

Pero Jesús Cuachirria Baltazar sobrevivió. No sabe si milagrosamente, porque no encuentra consuelo en estar vivo.
“A mí lograron rescatarme con vida todavía mis papás y mis hermanos. Nosotros intentamos sacarlos (a mi esposa y a mis hijos) pero ya no pudimos, ya habían fallecido, se habían asfixiado con la tierra, ya no pudieron aguantar más”, relata 10 horas después de la tragedia.
Y aunque el gobierno estatal difundió un boletín en el que presumían de haber prestado apoyo a la familia, el propio Jesús Cuachirria lo desmiente: “Los militares fueron los que vinieron. Protección Civil no ha venido. Del ayuntamiento vino la síndica”, precisa.
Viudo, sin casa, sin esposa y sin hijos, Jesús hizo un angustioso llamado a las autoridades y a la sociedad: “Si me pueden echar un apoyo ahorita, todo es bienvenido, no cuento con suficiente dinero y necesito apoyo para poder enterrar a mi familia”.
Atrás del hombre moreno, de ojos tristes, quedan los restos de la casita que construyó con las mismas manos con las que labra el campo. Una pared de palitos, otra de tablones, un techo de lámina sostenida por piedras. El interior de la casa se convirtió en un mar de tierra, lodo y piedras entre las que navegan sus pocas pertenencias.
En un rincón, el único que no fue afectado por el derrumbe, yacen cuatro ataúdes baratos, uno grande, con los restos de su esposa y cuatro pequeños, con los restos de sus hijas y su hijo.
De lejos, una mujer reflexiona: “¿Los mató el derrumbe o los mató la pobreza?”
Y es que a la casa de la familia Cuachirria Hernández nunca llegó ningún apoyo del gobierno. Su casa construida parcialmente con palitos, tierra y lámina terminó por convertirse en una trampa mortal para su familia.
El gobierno federal tiene un Programa de Apoyo a la Vivienda que otorga subsidios para los hogares en situación de pobreza, con ingresos por debajo de la línea de bienestar o con carencia de calidad de espacios en la vivienda.
De ese programa destinado a construir, ampliar o mejorar la vivienda, Jesús Cuachirria nunca se enteró porque nadie se lo ofreció.
Tampoco del programa Tu Casa, Mejoramiento de Vivienda Rural y Urbana que ofrece el Instituto de Vivienda y Suelo Urbano de Guerrero (Invisur).
Mucho menos supo del Programa de Acceso al Financiamiento para Soluciones Habitacionales de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu).
Y aunque desde el mes de febrero el presidente Enrique Peña Nieto anunció acciones para ofrecer una vivienda digna a las familias que viven por debajo del umbral de la pobreza, la familia Cuachirria Hernández nunca recibió nada.
Alrededor de su vivienda destrozada, en el barrio de San Francisco de la ciudad de Zitlala, se erigen decenas de casitas de madera, palitos y tierra, igual de vulnerables, igual de pobres, igual de humildes, que también podrían desmoronarse si continúan las lluvias.
El hogar destruido de Jesús Cuachirria, ubicado en la calle Nezahualcóyotl de Zitlala, era ayer el ejemplo más representativo de la pobreza y la desesperanza.