* La Reconstrucción 1

 

 

Llorad amigos míos,

tened entendido que con estos hechos

hemos perdido a la nación mexicana.

La visión de los vencidos

 

Isaías Alanís

 

La realidad mexicana estalla y se gangrena. Intentar elaborar un recuento a vuelo pluma de las muertes que sembró Pedro de Alvarado y Cortés en calles y templos de México, mediante un acto de fe ciego y brutal, no para si repasamos la numeralia del horror hasta nuestros días.

Las traiciones a Hidalgo, Vicente Guerrero. El crimen de Estado norteamericano de Madero y Pino Suárez; la muerte del general Serrano en Huitzilac. El crimen de Estado de Rubén Jaramillo y su familia en Xochicalco. La matanza de Tlatelolco y del 10 de junio, por citar algunos hechos donde la mano del Estado ha estado metida directa o indirectamente. Tocan fondo y generan vasos comunicantes de sangre; el magnicidio de Colosio en Lomas Taurinas, es el orgasmo planetario nacional para la continuidad del poder.

El viejo esquema rural y caciquil del cine nacional se desprende del olor a pólvora mezclada con tequila. Ya no se puede arreglar un “moche” en la cantina como en las películas rumberas y de gánster de Juan Orol. O el otro rostro del universo rural desplegado en una acción sentimental y etílica en las cintas de Pedro Infante, Jorge Negrete y los hermanos Almada. Por eso me dio vergüenza escuchar a un promotor cultural ufanarse de que los asuntos peliagudos los arreglaba en una cantina. Y el culto a la taberna, centro de reunión de empistolados y caciques locales, sea hoy también el centro telúrico y mágico para  “arreglar” lo torcido que está el país. Por eso no es extraño que EPN haya designado a Gerardo Gutiérrez Candiani, ex de la Coparmex, titular de la Autoridad Federal para el Desarrollo de las Zonas Económicas Especiales. ¿Qué pretenden privatizar?

La destrucción de México pasa por ese crisol. La triple máscara de lo mexicano ya tocó fondo. El señor de la muerte, Mictlantecutli se adora en calles, plazas, veredas, abarrotes, zapaterías y con vendedoras de pepitas en cruceros de ciudades y pueblos de México. El pasado sábado 9 de julio, en Tamaulipas, fueron masacrados en el interior de su domicilio 14 seres humanos; nueve mujeres, cuatro de ellas menores de edad, y cinco varones. En Guerrero, entre sábado y domingo se cometieron 15 homicidios y en una fiesta en la colonia Los Ángeles de Chilpancingo, cayeron un menor y un adulto. En Guerrero, de enero a julio de este año se han cometido mil 51 crímenes, de los cuales 467 fueron en Acapulco.

La antigua muerte ceremonial mediante los sacrificios, ha dado lugar a una inmolación cotidiana e imparable. Ya no se reúnen los cráneos en un lugar esotérico. Piernas, manos, cabezas, ojos todavía con la niña desvestida por la muerte intentando salir a cumplir sus quince años de vida, se descarna en banquetas y caminos de terracería. En fosas clandestinas debidamente “legales” como las de Morelos; miles de cuerpos yacen insepultos. La matanza del Templo Mayor se ha mudado a plazas, mercados, bares y discotecas.

La inmolación de los 43 normalistas es una cifra más. Semejante a los infantes de la Guardería ABC, Aguas Blancas, El Charco, San Fernando, Acteal, Villas de Salvárcar. Son siglas que nadie olvida. Los muertos de 68 y el 10 de junio, aguardan que sus cráneos sean devueltos a sus padres. Y ese espejo horadado donde hermanos, padres, abuelos, tíos, novias y novios de los desaparecidos, no dicen nada, sólo el ulular de mentiras y banderolas de escarnio y mofa cruzan la débil oceanografía de la justicia. Y la epidermis de los muertos en voz de los vivos como en Pedro Páramo, restalla, se agrupa en anillos que al desenrollarse supuran sangre, sombras y hartos dolores.

Retornar al pasado es imposible, pero si es posible revertirlo. No se trata de conseguir una máquina del tiempo para enmendar los errores políticos que han hundido a México. Se trata de involucrar a los mexicanos. Ni el PAN, PRI o PRD son la solución. Tampoco Morena. Nunca una guerra civil o un golpe de Estado, del Estado fallido para ser correctos.

La fórmula no es cabalística, producto del carbono catorce nacional, es tan simple que por eso es tan compleja.

El país requiere de cirugía mayor. Primero hay que parar la corrupción. Si eso no se hace a tiempo, la nación no avanzará. Y ya no estamos en tiempos de Cortés, Juárez, Miguel Hidalgo, Madero, Emiliano Zapata, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas o el Comandante Marcos o Galeano. Es la hora de los mexicanos, así de simple.

Inventariar lo que quede de bienes nacionales, y con la participación de ciudadanos, gobiernos, instituciones, empresarios, maestros, intelectuales, hombres y mujeres de las ciudades del campo, realizar un diagnóstico de lo que ha hundido a la nación en esta “espiral de violencia”, para decirlo eufemísticamente como lo repiten diarios, políticos, policías, y construir con apego a la Ley, a la verdad, lejos del cinismo santo de los panistas o la impudicia cachonda de priistas y perredistas, un proyecto para la refundación de la nación. Intentar hacerlo desde arriba de acuerdo a los dictados de las potencias y sus changarros como la OCDE, el FMI y las que se les ocurra, esto no va cambiar. Es la hora de defender a la patria y sentar las bases de una reconstrucción sui géneris, alejada de los vicios que acarrean los partidos políticos, las cámaras de diputados y senadores, e implantar un código de ética para los servidores públicos. Y no echarle mas leña al fuego como es el caso de la Reforma Educativa que ya se le cayó a Nuño por usar sólo la mano derecha.

México no ha tenido una transición democrática, como España. La riqueza sigue en manos de una minoría que ha prohijado una clase política corrupta e impúdica colmada de prebendas personales. La verdadera transición será una realidad cuando se extirpe a la corrupción, a la delincuencia, y se refunden las nuevas instituciones mexicanas de acuerdo al mandato del pueblo.