A propósito de Abogados
Por Felipe Victoria Zepeda
Aprovecho para felicitar a tantos que ejercen de veras la abogacía y los titulados en Leyes, diplomados y hasta doctorados en la ciencia jurídica, soñadores de un mejor mundo a través de la justicia honesta, imparcial, honesta y expedita, casi un mito genial, dicho sea sin agravio.
Destaco el excelente precedente logrado entre la Fiscalía General a cargo de Xavier Olea y el Tribunal Superior de Justicia que preside Robespierre Robles, me refiero a la liberación desde el Ministerio Público por defensa legítima del Cirujano Dentista militar que mató a un extorsionador en Acapulco la semana pasada.
Las opiniones del gremio claro que están divididas, unos alegan exceso en la defensa y hasta posible premeditación, indicando que debió ser consignado el odontólogo para que fuera un juez penal quien determinara la absolución por excluyentes de responsabilidad o causas de justificación.
Ese criterio a la antigua dejaba buen dinero a litigantes, pero con el nuevo sistema acusatorio se conseguirá más fácil la justicia y se da un mensaje perentorio a la delincuencia organizada.
Las víctimas de extorsión ya perdieron la paciencia y se preferirá la justicia verdadera a la anquilosada “legalidad” amañada. Bien se sabe que no siempre lo legal es lo justo, y entonces hay que escoger entre una u otra.
Por celebrarse nacionalmente el día del abogado, les comparto una excelente nota de Don Salvador Rangel, tomada del Internet (rangel_salvador@hotmail.com)
QUIEN ES EL LICENCIADO JOSE MENÉNDEZ “EL HOMBRE DEL CORBATÓN”
“En la Ciudad de México, durante la década de los veinte, en el gobierno de Álvaro Obregón había un licenciado (autodidacta), de origen español, se hizo conocido porque ganó un juicio para un desertor del Ejército.
Ese triunfo le causó problemas. Fue tal la molestia que provocó haber ganado el juicio, que el propio Presidente intentó expulsarlo del país bajo el pretexto de usurpación de funciones. No prosperó la intención de expulsarlo del país.
En poco tiempo, el licenciado español, José Menéndez, era conocido por todos y formaba parte de los personajes pintorescos de la Ciudad de México.
Hombre de naturaleza inquieta, nació en 1876 en Asturias, España. Su carácter le llevó a buscar nuevos horizontes fuera de su tierra; a los 14 años decidió embarcarse a América. Llegó a Villahermosa, lugar donde se ganaba la vida en la chamba que cayera.
Menéndez no era hombre de un lugar, se embarcó a Veracruz donde trabajó como estibador. Conoció a la gente sencilla, pero su destino no era ese.
De nueva cuenta continuó su camino. Su destino, la Ciudad de México. Si algo faltaba en su vida era el dinero, así que no le quedó más remedio que dormir en bancas de la Plaza del Dos de Abril, atrás de la avenida Hidalgo.
No era un barrio tranquilo, a unos metros estaba el Salón México, que se caracterizaba por ser un sitio donde se congregaban borrachines y vagos.
Entró a trabajar en un despacho de abogados. Él era quien llevaba los documentos a la oficialía de partes y estar al tanto de las diligencias.
Posteriormente, su labor lo llevó a conocer la cárcel de Lecumberri, construida en 1900, por cierto llamada así, porque quien vendió esos terrenos era un español que decía ser Conde de Lecumberri, de ahí el nombre.
Como auxiliar del despacho, debía ir a ver asuntos en el penal, eran de poca monta: raterillos, sirvientas que robaban a su patrona, pero ahí aprendió que no se castigaba el delito, sino al pobre quien no tenía quien lo representara.
Así, supo su verdadera vocación: defender al desvalido.
Pronto, su figura se hizo parte de los juzgados. Vestido con sombrero, capa negra y una especie de mascada que hacía las veces de corbata, bigote y piocha canosa, se ganó el apodo de “El hombre del corbatón”.
Defendía a quien no tenía recursos económicos y en algunas ocasiones ni sabía el motivo de su detención.
No cobraba; cuando salían libres sus defendidos hasta les daba dinero para el camión; los agradecidos clientes le recompensaban con gallinas, azúcar, arroz, fruta, etcétera.
En el mundo de políticos y escritores, lo apreciaban y respetaban. En 1924, el entonces inspector de Policía, Pedro J. Alvarado, le obsequió un finísimo bastón con empuñadora de oro, obsequio que llevaba a todas partes.
Tenía la pasión por jugar baraja y en una visita a una casa de juego; le fue robado, la noticia apareció en los periódicos, a dos días de la pérdida del valioso bastón, le fue devuelto, pero con una nota: “de saber que era de usted, no lo robo. Perdón”.
Tal vez el responsable del hurto fue uno de sus clientes.
El 31 de enero de 1959, el español de nacimiento, pero mexicano de corazón, falleció. Pobre, como a quienes defendió.
Los nostálgicos, que aún creen en la bondad de las personas, no dudan que el alma del “hombre del corbatón” anda en pena, buscando el cuerpo de un licenciado en Derecho, para reencarnar”.
-¡Tilín, tilín!- Suena la campanita escolar.
-Maestra Pizarrina, ¿por qué dicen que en México la Justicia es un mito genial?
-Caramba con ustedes chamacos, se los dejo de tarea. Pidan a Ministerios Públicos y Jueces que se los expliquen.