* “Aldeapulco”, mal y de malas
Felipe Victoria
En las aldeas y poblados pequeños, cuando se enviaba una carta solía ponerse el nombre del destinario y por señas para que la entregaran: “domicilio conocido”.
Los humildes y sufridos héroes correteados por los perros sueltos, siempre sabían llegar a donde habitaba fulanito o zutanito, meses después de que les habían escrito.
El Servicio Postal Mexicano como quiera se modernizó y dotaron a los carteros de bicicletas y hasta de motocicletas, pero comenzó el florecimiento de empresas de entrega de paquetería que ofrecían hacer llegar a su destino en 24 horas lo que se quisiera.
El Internet con sus prodigiosas aplicaciones casi mató al Correo tradicional. Hoy en día es rarísimo que alguien reciba una carta manuscrita, ni siquiera romántica, de esas que destilaban poesía y amor, aunque fueran cursilerías.
Igual la cibernética fulminó las felicitaciones en tarjetas navideñas y los obituarios, así como las gustadas páginas de “sociales” y hasta las secciones de anuncios clasificados. Esos servicios ahora son “gratuitos” en las computadoras personales y en los esclavizantes teléfonos móviles, que de paso dejaron casi sin chamba a los fotógrafos profesionales y a los fabricantes de cámaras de fotografía y de video, sin que signifique que los que se valen de esos aparatitos prodigiosos hayan aprendido a retratar.
Tanto progreso tecnológico y resulta que en aldeas enormes como Acapulquito “evodioso”, se batalla para encontrar domicilios, porque la nomenclatura es asignatura pendiente y las numeraciones de inmuebles son un desastre a veces indescifrable.
Recuerdo cuando Manuel Añorve Baños, en una de sus tantas apariciones efímeras por la alcaldía, logró patrocinios para poner en las esquinas letreritos con los nombres de calles, colonias y barrios correspondientes, hasta con sus códigos postales; pero resulta que en algunas partes los del vecindario las desaparecieron, como si se estuvieran escondiendo y solo por señas y referencias puede darse con los domicilios.
Platicando en la celebración del cumpleaños de un popular personaje de la radio y tv, vino la ocurrencia de modernizar y adecuar la nomenclatura acapulqueña y bautizar de nuevo muchas calles y sobre todo las avenidas, comenzando por el puerto.
¿Qué tal “Marchostera”, “Gritémoc”, “Prostituyentes”, “Jodido”, “Niños extorsionados”, “changarros amenazados”, y así por el estilo hasta poner “Bloqueopulco”?, ya que por angas o por mangas, sea con protestas, plantones o eventos multitudinarios lo difícil es contar con la avenida Miguel Alemán libre para circular.
Siguen muy confundidas con la libertad de reunión y asociación las autoridades, que ni idea tienen del orden y paz, ni de la urbanidad y civilidad con los clásicos ataques a las vías de comunicación tan frecuentes e impunes que no debieran tolerar.
Claro, ¿acaso en el fondo es que los presupuestos destinados a “dádivas especiales” para que líderes de movilizaciones levanten plantones y desbloqueen calles, sigue sin ser sujeto a comprobación y los funcionarios que hacen esos pagos obligados se quedan con el diezmo por lo menos, o hasta van a mitas?
Pretextos blandengues para no hacer que se respeten leyes y reglamentos sobran, por eso el caos vial son frecuentes; cualquier puñado de manifestantes le da en la torre a la libertad de tránsito sin consecuencias legales.
Pero luego se molestan altos funcionarios cuando se da a conocer en las redes sociales el desmadre imperante en Acapulco y se acusa a los insumisos periodistas criticones de actuar de mala leche, informando las cosas malas y desagradables que suceden pero quisieran ocultar.
Lo bueno y lo bonito no son las apariciones en eventos que magnifican hasta el más simple acto de gobierno del tambaleante Evodio Velázquez, de los que pretenden servirse como precampaña adelantada.
Han olvidado que a los habitantes es a los primeros que deben procurar tener satisfechos y contentos, pues son los que votan y decidirán si merece ser reelecto o irse a la Yumba, ya que aún no existe la figura de revocación del mandato.
No es problemática exclusiva del afligido Acapulco sino de infinidad de sitios en todo México; estamos atrapados en las redes de una locuaz aristocracia de la burocracia merolica de cuello blanco, que a pie juntillas cree que puede dar atolito con el dedo al pueblo de a pie, y los habitantes fueran tan escasos de luces que les crean tantas promesas y mentiras, pero acarreados al fin por migajas aplauden y echan porras.
No se dan cuenta de que los jodidos sí nos damos cuenta, pero lo malo es que somos agachones y resignados, aguantadores como pocos y con una paciencia casi sin límites. Cuidado cuando despertemos todos del letargo y por necesidad tomemos las soluciones en nuestras manos, como los aldeanos franceses que pasaron por la guillotina a sus aristócratas.
Nuestra tan cacareada revolución del Siglo XX, muy poco ayudó de veras al pueblo, obreros, indígenas y campesinos; fue más bien una cruenta lucha por el poder entre caudillos que codiciaban la Presidencia y quizá la única ganancia fue promulgar aquella “nueva” Constitución de 1917, que para el año entrante jubilarán al cumplir cien años, con una transformación y deformación enorme a favor de los privilegiados de siempre.
En “Aldeapulco” andamos mal y de malas con el motín de empleados y la resistencia camionera al Acabus.