Vidulfo el titiritero…

 

Por Felipe Victoria Zepeda

 

Vidulfo Rosales Sierra, tenaz activista de la Montaña, subordinado de Abel Barrera en “Tlachinollan”, organización no gubernamental defensora de derechos humanos de guerrerenses marginados por sus orígenes étnicos, atrapados en la ignorancia principalmente y por la orografía de las inhóspitas alturas, propias para la “narcoagricultura” de amapola y marihuana.

Es el Mesías redentor de indígenas adoctrinados para el anarquismo provocador de la represión oficial que no les quisieron aplicar cinco gobernadores recientes de Guerrero: Figueroa Alcocer Rubén, Aguirre Rivero Ángel Heladio, Juárez Cisneros René, Torreblanca Galindo Carlos Zeferino, ni Ortega Martínez Rogelio Salvador.

Ninguno de esos prudentes mandatarios los trató como en tiempos de la llamada “guerra sucia”, cuando el sistema no escuchaba razones.

Hoy en día, las marionetas del titiritero Vidulfo Rosales son azuzadas para sacar de sus casillas al presidente Enrique Peña Nieto, al candidateable Miguel Ángel Osorio Chong y los titulares de la SEDENA y la SEMAR, General Salvador Cienfuegos Zepeda y Almirante Vidal Francisco Soberón Sanz, respectivamente, que no ordenan a sus tropas hacer lo debido para sofocar el incipiente fuego en el llano en llamas, porque brincarían la CNDH y la CODDEHUM.

En aquellos aciagos tiempos del PROCUP, PDLP y la Liga 23 de Septiembre, lo más que conseguían los caudillos activistas era la gracia de escoger una de tres opciones: destierro, encierro o entierro; acostaban chaparros y se desaparecían presuntos guerrilleros que para financiar su lucha robaban ganado, atracaban, secuestraban y mataban.

Prácticas temibles a las que el ingeniero topógrafo Rubén Figueroa Figueroa puso el alto en su sexenio durante la segunda mitad de la década de los setenta en el siglo XX.

En 1981 Don Alejandro Cervantes Delgado pacificó el estado  mediante el diálogo y la concertación. En 1987 llegó a palacio en Chilpancingo el excuñado del presidente Carlos Salinas de Gortari, visionarios emprendedores ambos para nuevos grandes negocios en Guerrero.

Discurrieron crear otro Acapulco nuevo: el de la zona Diamante para atraer inversiones inmobiliarias para el turismo nacional alterno, que se hicieron de propiedades en condominios lujosos o casitas de pseudo interés social, en que un poderoso cartel norteño lavó dólares sobre parte de terrenos no aptos por haber sido pantanos y humedales.

Pero la naturaleza no pierde la memoria en busca de sus cauces originales, y las consecuencias aparecerían en septiembre de 2013 por el choque de las tormentas ‘Ingrid’ y ‘Manuel’, que tuvo que capotear Aguirre Rivero con la frecuente presencia y apoyo de Peña Nieto.

Grupos políticos inconformes con que Aguirre se hiciera gobernador por segunda vez mediante una coalición de partidos de izquierda en 2011, urdieron otro “aguablancazo” como el de Coyuca de Benítez en junio de 1995, donde acribillaron por error en una masacre de horror a 17 campesinos, lo que sirvió para desbancar a Rubén Figueroa Alcocer, sucedido interinamente por Aguirre Rivero, que nunca fue sumiso al antecesor e inició desde entonces una secreta guerra fría con zancadillas entre los grupos de Ometepec y Huitzuco.

Provocarían un incidente que le moviera el piso al gobernante y en diciembre de 2011 sacrificaron a dos estudiantes de la Escuela Normal Rural del poblado de Ayotzinapa, abatidos tras prenderle fuego a una bomba despachadora de combustible en la gasolinera de la autopista en Chilpancingo, pero el heroísmo del marino comisionado Gonzalo Miguel Rivas Cámara evitó la enorme tragedia calculada para que quitaran ipso facto del mando al gobernador Aguirre antes de cumplir un año de gestión.

Se las tuvieron que guardar mientras comenzó la insurgencia magisterial por la reforma educativa con los disidentes rijosos de la CETEG, pero para colmo principiando el 2013 aparecieron en escena los grupos armados de autodefensa, clonados del estilo colombiano que patrocinó el narco.

Aguirre Rivero, emboscado y traicionado por su séquito perverso, no hizo caso a las observaciones de Osorio Chong, desde Bucareli, para impedir la justicia por mano propia y dejó crecer el caudillismo indígena de Bruno Plácido Valerio; crearon la UPOEG y el MPG que se aliaron como brazo armado de la CETEG desatando el vandalismo de normalistas de Ayotzinapa.

Faltaba la puntilla y en septiembre de 2014 utilizaron de carne de cañón a normalistas novatos en la feroz guerra entre los cárteles de Los Rojos y Guerreros Unidos, enviándolos al feudo perredista amapolero y orero de Iguala, alquilado por “Los Chuchos” del PRD a José Luis Abarca Velázquez y su esposa Ángeles Pineda Villa, la jefa de la mafia local por las ligas de sus hermanos con los Beltrán Leyva.

Por error o engaño, los vándalos ayotzinapos robaron un autobús cargado de drogas y vino la orden superior de  recuperar “la merca” a costa de lo que fuera. Policías mercenarios de Iguala y Cocula acataron la instrucción y reveló la CNDH que una parte de los detenidos fueron llevados a Huitzuco, a disposición de “El Patrón” para ser escarmentados.

Nadie volvió a ver con vida a 43 vándalos normalistas y Vidulfo Rosales como marioneta de quien sabe quiénes, se erigió en representante de los padres de los desaparecidos.

Rubén Figueroa Alcocer sugirió que ya se paguen indemnizaciones, pero no le atinan al precio con el titiritero Vidulfo Rosales y sus compinches, así que falta otra peligrosa tanda de ayotzingaderas.