“Iguatzinapa” la desaparecedora

 

Felipe Victoria

 

Indudablemente la Ciudad de Iguala (de la Independencia) estaba predestinada a ser un epicentro de la historia de México desde el Siglo XIX, con un clima ardiente y pocos vientos refrescantes.

Cuando no existía la Autopista del Sol, inaugurada a la carrera en 1993 por el presidente Carlos Salinas y su ex cuñado y amigazo el gobernador saliente José Francisco Ruiz Massieu, con Emilio Gamboa Patrón, era escala obligada para recargar combustible y comer de pasadita aquellos famosos hot dogs o hamburguesas con papas fritas, dejando espacio para la tradicional cecina del 30 y Tierra Colorada.

En esos tiempos se viajaba sin prisas, tan es así que muchos paseantes aprovechaban estar en la catedral de la joyería mexicana del oro y entraban a Iguala para surtirse, o hasta para comprar piezas a buen precio para revender en abonitos en sus lugares de origen.

Cuan famosa fue siempre la Feria de la Independencia con su palenque donde corrían millonadas, la afluencia a ese evento en especial era considerable y aceptable, pero además confiable su organización, pues no se detectaba fácilmente a malhechores entre los apostadores, soltadores y amarradores de los gallos de pelea.

Sí, era placer de conocedores visitar Iguala y hasta quedarse por lo menos una o dos noches con gente amable, risueña y respetable a la que le iba bien.

Pero, nunca falta el prietito en el arroz; el inicio de operaciones de la autopista les cambió la jugada por el libramiento y disminuyó la clientela de las gasolineras, changarritos y restaurantes de una famosa cadena.

Por el ánimo de utilizar la autopista como si fuera de carreras logrando a veces tres horas desde la caseta de la salida del DF hasta Acapulco, muchos presumían recorrerla en menos de 3 horas, al cabo la carpeta asfáltica estaba como de autódromo pues.

Pero llegaron las lluvias y el encanto desapareció, porque los constructores por la premura no contemplaron el riesgo de tantísimos deslaves, ni los hundimientos de la carpeta de rodamiento por defectuosa compactación y entonces la autopista se convirtió en peligrosa y cara por mal hechota.

Desde entonces, hace ya 23 años, se ha gastado quien sabe cuántas veces más en reparaciones y mantenimiento sin que jamás quede satisfactoriamente terminada.

La palabra “Ayotzinapa”, que por supuesto les dejó desde septiembre de 2014 un estigma inolvidable, no solo a Iguala sino a la dolida justicia fallida mexicana, en uno de los peores ridículos para altos funcionarios que no salieron bien librados.

Tantos igualtecos alucinados con el simpático José Luis Abarca Velázquez y la guapa María de los Ángeles Pineda Villa, a quienes lanzó el médico dos veces alcalde perredista Lázaro Mazón Alonso y apadrinaron en su candidatura Andrés Manuel López Obrador y Carlos Navarrete para octubre del 2012.

La pareja de ídolos de “la cultura del esfuerzo”, que de puesteros humildes y jodidones en el mercado se convirtieron en acaudalados magnates en corto tiempo, de los que algunos sospechaban que andaban en malos pero fructuosos pasos con algo más que la joyería al menudeo, pero a punto estuvieron de comprarse en absoluto el feudo y entonces todos les hacían reverencias.

Traumático para los igualtecos que por el vandalismo de estudiantes normalistas de Ayotzinapa, se les cayera el teatrito que operó por muchos años sin el menor ruido: traficar exportando heroína y goma de opio en autobuses de pasajeros de ahí hasta Chicago, donde tantos paisanos guerrerenses generosos e igualtecos radican.

Que los vándalos consentidos del gobierno se robaran camiones valía gorro, nada nuevo ni de importancia en Guerrero, pero lo imperdonable fue que en uno de los autobuses se llevaran, tal vez sin saberlo, mercancía que la mafia amapolera no podía dejar perder, así que ordenaron a sus policías municipales detener la fuga de los vehículos a como diera lugar y ponerle un escarmiento a los ladrones por accidente y peor aún a los 17 sicarios de Los Rojos infiltrados como normalistas.

Una macabra parodia de ineptitudes y complicidades a todos niveles, para tumbar al gobernador Aguirre Rivero y fabricarle un problemón al presidente Peña Nieto; distraer la atención hacia buscar y encontrar a los 43 desaparecidos hasta debajo de las piedras ofreciendo recompensas.

Otra mina de oro para oficiosos defensores no gubernamentales de derechos humanos en pos del botín mayor, esquilmando a los gobiernos estatal y federal explotando el dolor inmenso de los padres de los pobrecitos normalistas, que les pasó lo que de veras haya sido, por no estarse en orden y paz dentro de su escuela en Ayotzinapa aquel viernes trágico.

Para colmo se descubrió que esos cuarenta y tantos infortunados no eran los únicos desaparecidos, torturados y asesinados dejados en fosas clandestinas, destapándose una hedionda caja de Pandora en el narcofeudo de los Abarca-Pineda, parejita a la que poco faltaba para que les hubieran fundido en oro sus estatuas sobre una céntrica glorieta, jardinada con marihuana y amapolas tricolores rodeadas de fuentes musicalizadas para refrescarse.

La exportación de opiáceos sigue en pie, ni un gramo menos, mueran cuantos deban morir o simplemente desaparecer. Todo apunta que se la llevarán de a muertito con el caso de los 43 hasta el próximo sexenio, y a Iguala le podrían cambiar el nombre a “Iguatzinapa de la amapolencia”.