David Alejandro Delgado

 

En 1819 Benjamin Constant dio un discurso que se convirtió en el célebre ensayo titulado “De libertad de los antiguos a la de los modernos”, en el cual definía a los modernos como sujetos sometidos exclusivamente a las leyes, con plenos derechos individuales que implican amplias libertades y con el derecho político a influir en la administración del gobierno, a través de sus representantes, de sus peticiones o demandas; en suma, con la prevalencia de la independencia privada.

Muy diferente a la libertad de los antiguos, donde el ejercicio en forma colectiva y directa del gobierno entre la autodenominada ciudadanía, que no pasaba de ser un subconjunto restrictivo de la población, sometiendo al individuo al conjunto; en suma, con la prevalencia de la vida pública.

Traigo esta reflexión para parafrasear a Benjamín Constant, y exponer que quizá estemos frente a un mundo en transformación de la democracia de los modernos a la de los contemporáneos. Si bien es cierto, en términos de Constant, la democracia de los antiguos era directa, participando quienes ostentaban con ese derecho en la plaza pública denominada el ágora; pero las condiciones del crecimiento de la población y la multiplicación de los oficios, hicieron impracticable el sueño del ciudadano total, requiriendo la construcción democrática a la representación; de manera que quizá podamos estar frente a un nuevo salto en la calidad democrática que haga especial su práctica para nosotros los contemporáneos.

La diferencia específica son las tecnologías de la información y la comunicación, que de acuerdo con el último dato oficial del INEGI del 14 de Mayo de 2015, el 44.4% de la población de México de seis años o más, se declaró usuaria de internet. Ello ha generado un mundo que acorta distancias y tiempo, así como volúmenes de información. Hoy en día la información es más accesible que nunca antes. Cualquier individuo tiene en un solo clic, más información que todos los gobernantes de principios del siglo pasado.

Pero además, las tecnologías de la información y la comunicación no solo se han convertido en un océano de información que anula las dimensiones de tiempo y espacio, sino también están cambiando las doctrinas de la comunicación verticales, agregando la dimensión horizontal de la interacción, haciendo posible una gigantesca ágora virtual.

Sin embargo, no me es ajeno, que hay varios intelectuales clásicos a quienes incomoda la potencialidad que tenemos enfrente, y quizá con un desdén lo han criticado como Michelangelo Bovero en su artículo “El paraíso de los cobardes”. Lo que quizá podría matizar la problemática es que las tecnologías de la información y la comunicación no son un fin en sí mismos, sino que solamente son instrumentos, y que al final lo que han desnudado es la realidad de cómo somos, ubicándonos en la encrucijada de si conservamos nuestros conceptos clásicos frente a pulsiones virtuales que pueden derrocar gobiernos, o bien, modificamos nuestros conceptos para elevar la calidad de nuestra democracia.

Así que prefiero reflexionar sobre los retos que descalificar de principio estas nuevas realidades; de manera que en primer lugar tenemos que hacernos cargo de que se está generando una nueva forma de analfabetismo que denominaría digital, dividiendo a la población en dos segmentos que debe ser abatido.

En segundo lugar, debe haber una profunda reflexión pedagógica en términos educativos, para formar nuevas generaciones que puedan utilizar los instrumentos que nos otorgan las Tecnologías de la Información y la comunicación para poder ser ciudadanos constructivos, participativos y sobre todo, responsables.

En tercer lugar, debe haber un compromiso con la transparencia de todos los niveles e instancias de gobierno, ya que la ausencia de información, lo único que provoca es la vaguedad y hasta la miseria de la discusión pública. Como lo ha afirmado el premio nobel Amartya Zen, en “El ejercicio de la razón pública”, la calidad de la democracia está condicionada a la discusión pública, y esta a su vez, a la información disponible, que implica transparencia en la información.

Por supuesto que la denominada ágora virtual, no sustituirá a los órganos públicos representativos donde reside la soberanía; tampoco, las ágoras virtuales serán en su totalidad espacios virtuosos de sabiduría popular; pero si implica una presencia que debe ser tomada en cuenta. El espacio que se está generando para nuevas reflexiones sobre la democracia de calidad de los contemporáneos, en construcción, es una oportunidad muy valiosa para las futuras generaciones.