Transportación colectiva

 

Por Chanssonier

 

Desde el gobierno del general Adrián Castrejón Castrejón (1929-1933), esta ciudad contó con un servicio de taxis, o libres, para la transportación vecinal, cobrándose un peso a quien solicitaba el servicio. Ante el crecimiento de la población, el gobierno del general Baltasar R. Leyva Mancilla, otorgó la  primera para el establecimiento de un camión para el servicio colectivo, lo cual sucedió en el año de 1946.

El camión adaptado para tal fin lo manejaba el joven Nicolás Tapia; la unidad fue adoptada para el servicio que debería desempeñar. E total podía transportar de un lugar a otro a diez pasajeros, costando el precio del pasaje 10 centavos. El recorrido de la unidad empezaba frente a la iglesia de la Asunción, continuaba por la calle Guerrero entonces muy estrecha. En la alameda bajaban quienes asistían al Colegio del Estado; proseguía su camino por esa misma, dando vuelta en donde estuvo la estatua de Morelos, ahora en la plaza cívica, para proseguir por la calle Juárez, dando vuelta en la calle Nicolás Catalán, volviéndose a introducirse a Guerrero; rodeaba el jardín “Cuéllar” prosiguiendo por Mártires del 2 de Mayo (ahora avenida Alemán), retornando por ese mismo lugar hasta su punto de partida.

En la actualidad prestan el servicio urbano cientos de Urvans y taxis; por ser un negocio altamente redituable, quienes se dedican a la explotación de este ramo andan a la greña, por resultar un filón de oro. Nicolás Tapia falleció hace algunos años; quizá su nombre sea escasamente recordado, porque la ingratitud forma parte de todo ser humano.

 

Juan Tejón, pordiosero

 

Por muchos años deambuló por las calles de la ciudad, un hombre que vivía de la caridad pública; se llamó Juan Tejón, este último era su apellido no un alías. Tenía su domicilio en la calle 18 de Marzo, junto a la barranca de Apancingo, que allá antes de 1940 no existía un puente para trasponerla; años más tarde se levantaría sobre la calle Ignacio Ramírez, porque la ciudad empezó a extenderse hacia el sur, desapareciendo las espaciosas huertas de las familias Rivera y Chavelas.

Juan era un hombre muy tímido; cuando requería de algo que llevar a su estómago por lo generalmente ayuno, alzaba uno de sus brazos para recibir la ayuda, expresando de manera humilde “una caridad por el amor a Dios”; pocas eran las personas que se resistían a darle un taco, el cual devoraba con avidez a las puertas de las casas, que lo favorecían para calmarle el hambre que siempre lo atrapaba.

Este hombre era de baja estatura, piel morena, rostro siempre triste; para redondear su desgracia, fue víctima de las niguas que lo imposibilitaron para caminar, acabando sus días en las más terribles de las soledades. Cuando expiró no había nadie a su lado; pasaron varios días para que su cuerpo sin vida fuera descubierto.

Manos caritativas cubrieron el costo de su caja mortuoria, en tanto el ayuntamiento regaló el terreno en donde se le dio tierra a su cuerpo. Juan Tejón formó parte del panorama citadino, en su tiempo quien vivía de la caridad pública recibía comida, no como ahora que solo aceptan dinero.