¿Huele a petate quemándose?
Felipe Victoria
Donde quiera que algunas personas estén fumando marihuana, el olor se esparce de inmediato y camina buena distancia, pero quizá por tan frecuente la costumbre deja de percibirse, porque entre otras cosas pone “de buenas” a quienes huelen esos humos dispersos.
En cambio y tras el esfuerzo colectivo de lograr áreas libres de humo de tabaco, que sí molesta y también apesta en lugares cerrados como cafeterías, restaurantes o cantinas, la gente pegaría de gritos si alguien por descuido enciende un cigarrillo.
En México se le dice marihuana a la cannabis, sea “índica” o “sativa”, que son la misma especie de hierba, pero con diferentes características y propiedades; igual se la conoce por “mota” o “grifa” y es el más grande secreto a voces jocosamente compartido desde tiempos inmemoriales.
Cuentan que el caudillo revolucionario Doroteo Arango (Pancho Villa), prefería en sus tropas marihuanos que borrachos, porque la ingesta de cannabis los convertía en valientes y acertados de puntería, mientras que el albohol los estupidizaba y hacía perder el equilibrio.
Quienes contamos con más de medio siglo de edad, crecimos teniéndole miedo a los marihuanos y existía el prejuicio de que era droga exclusiva de “los juanes” en los ejércitos y de los albañiles en las construcciones, o de los truhanes y malandrines; la “gente decente y bonita” no le entraba a esa hierba porque era pecado, pero sí a los licores caros y vinos selectos, aunque se anduviera cayendo y vomitando.
Sin embargo, la mejor promotora turística internacional de las bellas y glamorosas playas guerrerenses de antaño fue, ni más ni menos, que la marihuana “Acapulco Golden”, afanosamente solicitada y consumida por visitantes de todas partes del mundo y del país.
No hubo discoteca ni hotel donde no se consiguieran los carrujitos y la posición de las autoridades fue de tolerancia para favorecer el turismo.
Con la guerra-invasión de Vietnam y la oposición de jóvenes de los USA a ser reclutados para ir al combate, floreció la onda Hippie, cuyos miembros se la pasaban flotando en los alucines de drogas y sobre todo de la hierba que les exportaban desde México, sobre todo.
Para esa generación “sesentera” de norteamericanos rockeros el consumo de marihuana no fue algo nuevo, sino adicción heredada de sus padres y abuelos, ex combatientes de la segunda guerra mundial en los cuarentas, cuando a los soldados les surtían entre sus provisiones marihuana y otras drogas para aguantar el cansancio y dolores, en caso de resultar heridos.
¿Cómo estaría en esa década de los cuarentas del Siglo XX el auge de la siembra y cultivo lícito de marihuana y amapola, que hasta las agujetas de las botas militares eran de cáñamo obtenido de la planta de cannabis?
Diríase entonces que el consumo de la marihuana viene de tiempos inmemoriales en lo que fue la Nueva España y en la Herbolaria autóctona prehispánica, ya era de uso medicinal prestigiado; la plantita tiene propiedades curativas fabulosas, según los médicos e investigadores farmacobiólogos.
Pero la marihuana no es únicamente originaria América, por excelencia se da en Asia, el oriente y hasta en territorios árabes, donde es de uso religioso como hachís.
La planta de cannabis, ya sea índica o sativa, sirven para lo mismo: curar, entretener, divertir y trastornar la mente, pero convalidó la Suprema Corte de Justicia en un amparo concedido a cuatro personas, sus derechos humanos a la libertad de hacer de su vida un papalote.
Es el primer gran paso estratégico a la inaplazable legalización de la siembra, cultivo y consumo de marihuana; lo que se criminaliza es el tráfico y la violencia que genera el fabuloso negocio de mafias y autoridades que lo consienten y disimulan.
El honesto ex presidente José Mujica, de Uruguay, antes de dejar el poder legalizó la marihuana en ese país para quitarse de tonterías. La cannabis se da naturalita casi donde sea y de su cultivo se mantienen los campesinos más pobres, explotados por mafiosos aliados con militares, policías y funcionarios que disimulan.
De alguna manera conseguí opinión de un de capo famoso y buscado, que de buen grado preferiría pagar impuestos por manejar el mercado de producción lícitamente, en vez de tener que compartir ganancias con altos funcionarios y patrocinar campañas.
Inevitable referirse a la famosa época de la prohibición del licor en los USA, que generó la proliferación de mafias contrabandistas sanguinarias y se acabó el problema con un simple cambio de enfoque: legalizar el mercado y obtener captación fiscal, ya que lo borrachos nunca se lo quitarían a la gente, ni lo pirujas a las hetairas. Muy su equivocado derecho a la libertad de provocarse cirrosis o accidentes viales.
¿Cuántas personas mueren por tabaquismo, alcoholismo o por “tronárselas” con marihuana?, ¿no sería más prudente por lo menos romper el círculo de la violencia despenalizando la venta y distribución de la “yervagüena”?
Guerrero es el primer productor de amapola y el segundo en marihuana, ¿qué opción se ofrece a cambio a quienes se mantienen de esa actividad?